Trabajamos con dos líneas anecdóticas que van caminando hasta que se juntan los vectores de la obra; la historia del marinero y del capitán que están buscando unos monstruos marinos para matarlos y salvar una ciudad. La otra es la historia de un detective que está buscando una persona sin saber que es su padre biológico y al resolver este caso, se dará cuenta que también soluciona los misterios de su existencia”.
En Adiós marineros, adiós monstruos del mar, nos encontraremos en “…un puerto envuelto en la niebla. Con personas que apenas se distinguen, donde suenan las canciones más tristes del mundo. Y alrededor el mar, que no se ve, pero ahí está, rodeándolo todo. Y mucho más allá, en algún punto que parece ser la mitad de ese mar, un barco de guerra y su capitán. Y al fondo, donde nadie sabe exactamente lo que hay, donde la oscuridad reina, unos enormes monstruos marinos. Ojalá lo destruyeran todo. Ojalá lo peor no sea que esas gigantescas bestias un día lleguen a terminar con ese puerto, esa gente, sus canciones. Ojalá lo peor no sea que la niebla se quede después de todo”.
“En esta hermosa obra, Gibrán dibuja un mundo de misterios, de anhelos, de complejas ecuaciones algebraicas, que de ser resueltas, quizá arreglen vidas. Pero siempre con el riesgo de que un día, esas bestias que están en el fondo del mar, lleguen para terminarlo todo. En una inmejorable combinación, como mezcal y cerveza, los habitantes de de ese puerto, los marineros de este barco, no podían ser otros más: Rebeca, Teté y Verónica, tres extraordinarias actrices que con la dirección de Ricardo, provocan una general envidia laboral.
Sin duda, algo que no hay que perderse”, comentó al respecto el dramaturgo y actor Luis Eduardo Yee.
El espectador se enfrentará con una aventura, una especie de película de acción para teatro; una obra de monstruos apocalíptica, detectivesca y llena de misterio.